Según el Instituto Nacional de Estadística, el 35,9% de los hogares españoles poseen climatizadores. En Sevilla dicha proporción asciende al 57,4%, lo que significa que más de 150.000 dispositivos aires acondicionados se propagan por la ciudad indiferentes a la tipología, densidad o estilo arquitectónico de los edificios e incluso a la composición y renta de la población que los habita.
De esta manera, poco a poco, los aires acondicionados se han transformado en un dispositivo cotidiano y fundamental de las fachadas junto a balcones y ventanas, elementos a través de cuales nos relacionamos con el exterior.
Antaño, en antiguos asentamientos de baja densidad estas relaciones entre ámbitos distintos eran mediadas por zaguanes, galerías, balcones, puertas y ventanas que adquirían un nivel de riqueza y ambigüedad tales que se hacía difícil discernir dónde estaba el límite entre lo público y lo privado. Sin embargo, en las nuevas tipologías de viviendas en altura, estas relaciones se han ido simplificando, y dichos elementos han ido adelgazando su espesor y funcionalidad hasta transformarse en una fina membrana que gestiona poco más que el intercambio inmediato de luz y aire con el exterior.
Precisamente, la aparición de los climatizadores no hace otra cosa que profundizar en este aislamiento del interior respecto al exterior, renunciando incluso a intercambiar directamente aire con el entorno. Emergen, por tanto, junto a las ventanas cerradas en verano, como símbolo de autoexclusión.
Intuimos, de esta manera, que actualmente las grandes aperturas domésticas al espacio público estarían mediadas por climatizadores y telecomunicaciones, tecnologías que permiten desconectarse del exterior más inmediato para reconectarnos a otros exteriores más propios de climas situados a miles de kilómetros. Un proceso de hiper-descontextualización este, que evidencia la pérdida de implicación del ciudadano en el espacio público más cercano…
Con la crisis actual de la COVID19, sin embargo, han vuelto a aflorar las potencialidades asociadas e ventanas y balcones como espacios de relación colectiva, como espacios que desdibujan la frontera entre lo propio y lo ajeno, lo público o lo doméstico.
Nos gustaría explorar -desde Luces de Barrio- esta dimensión colectiva que ha comenzado a brotar en las fachadas de nuestros edificios. Para ello, proponemos zarpar desde la cara oculta de los aires acondicionados en un viaje circular. Un recorrido que vaya más allá del impacto visual de los mismos, para concentrarse en los rastros que dejan los efectos secundarios como son su impacto acústico (en ocasiones superiores a 60 dB), su impacto energético (según Twenergy, pueden llegar a suponer el 25% del consumo de los hogares de Sevilla) o su impacto térmico (según el CIEMAT, pueden incrementar entre 1-2ºC la temperatura en la ciudad durante los meses estivales). Un rodeo, en definitiva, que nos permitiría tomar conciencia de cómo, paradójicamente, al intentar refrigerar el interior doméstico terminamos calentando el exterior público. Y cómo al hacerlo, consecuentemente, aumentamos la necesidad de usar aún más estos aparatos generando un bucle de retroalimentación negativa que no se acaba nunca.
También apreciaríamos cómo, curiosamente, durante el proceso de refrigeración, cada uno de estos dispositivos pueden condensar entre 1 y 2 litros de agua por hora que se vierten a la calle, formando improvisados charcos estivales. Extrapolando dichos datos a un día caluroso de Sevilla, nos encontraríamos con que, potencialmente, podríamos llenar completamente una piscina olímpica con todos los climatizadores de la ciudad. Hablamos de millones de litros de agua producidos por una multitud de pequeñas precipitaciones domésticas. Un fenómeno infraordinario que se gesta en los serpentines interiores de los aires acondicionados, alrededor de los cuales se condensa el aire que respiramos hasta formar pequeñas gotas cuya composición química, ligeramente ácida (como la lluvia urbana) no es apta para el consumo humano pero sí es aprovechable para otros usos.
Invitamos, pues, a observar con asombro este fenómeno “microclimático” para, a través de la cultura, intentar explorar devenires y asociaciones más creativas y eficientes entre los climatizadores, los ciudadanos y su entorno...